CUANDO LA MÚSICA TOCA EL ALMA. CONVERSACIÓN CON UNA MUSICOTERAPEUTA
Por Kendra Urquiza
En una sala con instrumentos repartidos por el suelo, tarjetas de colores y un dado que pasa de mano en mano al ritmo de una canción, se respira algo especial. Hay risas, hay atención, hay conexión.
Es una sesión de musicoterapia. Y Clara está en el centro, no como protagonista, sino como guía. Tuve la oportunidad de asistir a una de sus sesiones y, después, sentarme a hablar con ella. Su forma de entender la música y de relacionarse con las personas con discapacidad me dejó claro que esto no es un taller ni un pasatiempo: es una herramienta terapéutica poderosa. Pero también una experiencia humana intensa, emocionante y transformadora.
Del disfrute al cuidado
“Mi entorno siempre ha estado rodeado de música”, me cuenta Clara. “Y sabía que, además del disfrute, quería usarla para ayudar y cuidar a los demás”. Su historia profesional está marcada por esa intención: transformar algo tan aparentemente cotidiano como la música en un canal para acompañar procesos, despertar emociones, fortalecer habilidades.
Lo que comenzó como una pasión se convirtió, con el tiempo, en un enfoque terapéutico que abraza cuerpo, mente y emoción. Clara lo dice sin adornos: “El arte y la música son herramientas que ayudan a la gente”.
Otra forma de escuchar
Cuando le pregunto cómo ha cambiado su relación con la música desde que trabaja con personas con discapacidad, su respuesta es contundente: “Ha cambiado completamente. Antes era un accesorio. Ahora es el centro. Es el foco, lo más importante”.
En sus sesiones, la música no es solo fondo. Es lenguaje, estructura, canal de expresión y vínculo social. A veces se canta. A veces se improvisa. Otras, se sigue un ritmo marcado por una tarjeta, o se baila una canción que alguien del grupo ha elegido. Todo cuenta. Todo tiene sentido.
Estructura con espacio para lo inesperado
Clara estructura cada sesión en tres partes: bienvenida, actividades centrales y cierre. Pero lo que ocurre dentro de ese esquema cambia en función del grupo.
“Intento adaptarme a sus características. Si hay personas con dificultades en el lenguaje, por ejemplo, trabajo más esa parte”, explica. No hay una fórmula mágica. Hay escucha, observación, y sobre todo respeto y cariño.
También hay espacio para la improvisación. “Combino estructuras con momentos libres. No creo que una sola forma sea suficiente. Ambas se complementan”, dice con convicción. Esa combinación es clave para sostener el ritmo del grupo sin apagar la espontaneidad.
Pequeños-grandes cambios
Cuando le pregunto si ha presenciado cambios significativos en sus pacientes,se le ilumina la cara. “Muchísimos. ¡Personas que no levantaban la cabeza por vergüenza y ahora cantan y bailan, son los reyes de la pista! En lo social, eso es un logro inmenso”.
Cada pequeño avance cuenta: una mirada, un paso, una palabra cantada. Y aunque el progreso no siempre es lineal ni evidente, en el contexto de la musicoterapia cobra un valor especial.
Lo que la música aporta
Clara lo resume así: “La música no la ves, la oyes. Y cada persona le da un significado diferente. Eso es lo que aporta, ese plus emocional que otras terapias quizás no logran”.
Trabaja con todo tipo de instrumentos, desde los más sencillos hasta los más simbólicos. Pero lo esencial no está en el objeto, sino en lo que despierta. En la emoción que provoca. En el recuerdo que activa. En el vínculo que crea.
Visibilidad, respeto y emoción
Clara defiende que la musicoterapia debería tener un lugar más visible en el ámbito de la salud. No solo por sus beneficios concretos, sino porque “creo en el poder de sanación a través de la música”. Ella misma lo ha vivido trabajando en contextos como hospitales, donde el arte puede ser alivio, compañía, incluso esperanza.
Y antes de despedirnos, me deja una idea que resume todo lo que viví y sentí en esa sesión:
“Me gustaría que la gente viera lo que hacemos, los progresos, las emociones que desprende el grupo. Es algo que merece ser contado”.
Y aquí estoy, contándolo. Porque después de observarla, de escucharla, de sentir ese ambiente donde la música no juzga, no exige, solo acompaña… entendí que la musicoterapia no es una actividad extra. Es una forma de cuidar.