MI EXPERIENCIA OBSERVANDO MUSICOTERAPIA CON PERSONAS ADULTAS CON DIVERSIDAD FUNCIONAL

Por Kendra C. Urquiza

“La musicoterapia no consiste simplemente en escuchar melodías agradables o aprender a tocar un instrumento: es una intervención terapéutica que utiliza el poder emocional de la música para conectar, comunicar y transformar vidas.”

Es una intervención terapéutica que utiliza la música como herramienta para mejorar el bienestar físico, emocional, cognitivo y social de las personas. Especialmente en el caso de personas con discapacidad intelectual, trastornos del desarrollo, síndromes genéticos o enfermedades raras, la música se convierte en un canal de comunicación accesible, estimulante y profundamente transformador.

A través de sesiones individuales o grupales, se trabajan objetivos clínicos adaptados a cada paciente, utilizando el ritmo, la melodía y el sonido como herramientas para favorecer su desarrollo integral. Uno de los beneficios más evidentes es la mejora de las habilidades motoras y psicomotrices: seguir el ritmo, tocar instrumentos o moverse con la música estimula la coordinación, el equilibrio y el control corporal. Pero los beneficios no terminan ahí.

La música también activa funciones cognitivas esenciales como la atención, la memoria o la comprensión. Para personas con dificultades en la comunicación verbal, la música ofrece una vía alternativa para expresarse. En trastornos como el autismo o el TDAH, la estructura
musical ayuda a establecer rutinas y organizar el pensamiento. A nivel emocional y social, la musicoterapia mejora el estado de ánimo, regula la ansiedad, refuerza la autoestima y favorece habilidades como la empatía, el respeto por turnos o la cooperación.

Después de investigar sobre este enfoque terapéutico, tuve la oportunidad de asistir y observar en primera persona una sesión de musicoterapia. Fue una experiencia muy enriquecedora que me permitió comprender cómo se lleva a cabo este trabajo desde dentro.

Ritmo, juego y emoción

La sesión comenzó a las 10:00h y estuvo guiada por Clara, la musicoterapeuta. Lo primero que me llamó la atención fue la estructura clara de la sesión, que ofrece a los participantes una sensación de seguridad y previsibilidad. Empezamos con un ejercicio de relajación que ayudó a calmar el ambiente y centrar la atención del grupo.

La sesión estaba dividida en tres partes:

1) Una bienvenida musical, con una canción o patrón rítmico personalizado.
2) Una parte central con actividades variadas.
3) Y un cierre musical, también con una canción específica para despedirse.

En la parte central, el denominado desarrollo de la sesión, los participantes utilizaron distintos instrumentos. Clara, marcaba ritmos con tarjetas visuales, y los integrantes debían reproducirlos. Se fomentaba el relevo entre compañeros para que todos pudieran participar, promoviendo no solo la coordinación, sino también la atención, las capacidades cognitivas sociales mediante los turnos.

Una de las actividades más divertidas fue un quizz musical. Los participantes se pasaban un objeto (en este caso, un dado) mientras sonaba una canción. Cuando la música se detenía, quien tenía el dado debía responder una pregunta musical: identificar una canción, un instrumento o nombrar a un cantante.

La dinámica no solo estimulaba la memoria y la atención, sino también el juego grupal y la motivación, reforzada con pequeños premios.

Al final, todos cantaron y bailaron juntos en una canción de despedida que cerró la sesión con alegría y conexión.

Todos los integrantes del grupo rebosaban alegría, compañerismo e ilusión por compartir ese momento. Pude ver la gran relación entre el grupo y Clara, lo que dejaba en evidencia que, más allá de la técnica o las actividades programadas, el vínculo humano es un pilar fundamental en este tipo de intervenciones. Esa conexión genuina, basada en la confianza y el afecto, potencia los beneficios de la musicoterapia y convierte cada sesión en una experiencia verdaderamente significativa.

Un canal para el alma

Ver en directo una sesión de musicoterapia me hizo constatar lo que ya intuía: la música tiene un poder inmenso. No solo entretiene o relaja, sino que puede convertirse en una herramienta terapéutica real y efectiva.

La musicoterapia no solo apoya el desarrollo global de las personas con diversidad funcional, sino que también mejora su calidad de vida y promueve
su inclusión desde una experiencia creativa, respetuosa y profundamente humana.

Y después de haberlo visto de cerca, no me cabe duda: la música, bien dirigida, puede tocar mucho más que nuestros oídos. Puede tocar el alma.