“QUÉ SALUDABLE Y QUÉ DELICIOSO TENER EN MI RUTINA CANTAR”. Por Rocío López

Rocío López, integrante de AVOCES, reflexiona en este artículo sobre sus primeras vivencias cantando en el coro Rocking it!

 

 

Era la primera vez que iba a su consulta y apenas llevaba unos minutos dentro cuando Alejandro, el acupuntor, me dijo: “Tú tienes que cantar todos los días. ¿Por qué no te apuntas a clases de canto?”

¿Cantar, yo?, pregunté arrugando el ceño con incredulidad.

No le hice mucho caso. Siempre he cantado «pa’dentro» o, en todo caso, en el coche y en la ducha, ahí sí: dándolo todo. Un clásico, vamos.

Años después, empecé a interesarme por eso de «encontrar mi voz» y expresar(me) a través de ella. Entonces sí, me apunté a clases de canto y me encantaba el profe pero lo dejé enseguida, entre aburrida y abrumada: el curso se orientaba a preparar una actuación en directo y yo no me veía sola en un escenario interpretando ningún tema. Y luego estaba el tema de la comparación: sentía que mis compañeras tenían todas unas voces espectaculares mientras que la mía era «normalita».

Mucho tiempo después, el año pasado, en un período complicado de mi vida, mi amiga Teresa me animó de nuevo. «Oye, pues yo estoy en un coro y lo pasamos fenomenal, cantamos canciones de rock y hay un ambiente muy chulo, ¿por qué no te vienes?»

¿Coro de rock?

Mmm, eso llamó mi atención, sonaba divertido. Lo pensé durante el verano, y cuando llegó septiembre me decidí a probar, aunque fuera un mes, total, ¿qué podría perder?

Nada. No perdí nada y gané TANTO. Lo primero, la acogida cálida y cercana al otro lado del teléfono. Cuando contacté por primera vez con Avoces, para saber cómo inscribirme, me sentía como quien solicita un puesto de trabajo, con esa vulnerabilidad a flor de piel que late tras el “¿seré suficiente?”. Y Mamen, Coordinadora de Proyectos, me recibió con una cercanía y dulzura, con una amabilidad, que me hizo sentir “una más” desde el primer momento, calmando mi síndrome del impostor.

Cantar, como dibujar, debe de ser de las cosas que más nos enfrenta a nuestra vulnerabilidad. Y curiosamente, ambas son expresiones de lo más auténtico de nuestro Ser.  

Sin prueba o examen alguno, estaba admitida, era bienvenida al coro Rocking It! Descubrí más sobre Avoces: un proyecto precioso que fundó Javier Ruiz-Morote, su actual C.E.O., y que da cabida a varios grupos vocales y coros cuyo principal leit motiv es la inclusión, la generación de comunidad (en el más pleno sentido de la palabra) a través de la música, uniendo a personas de edades, géneros, perfiles, gustos, capacidades y situaciones diferentes para vibrar juntos.

Recuerdo perfectamente el primer día: iba llegando la gente y el reencuentro era como en el colegio tras el verano. Sonrisas, alegrías y muchas ganas de arrancar y de conocer el repertorio que tenía en mente Óscar, nuestro profesor y director.

Los «nuevos» teníamos que hacer una prueba para encuadrar nuestra voz. Yo me moría de vergüenza; afortunadamente, solo nos quedamos en la sala las nuevas incorporaciones, al resto, se les oía reír y comentar anécdotas del verano en el jardín.

Cuando me tocó el turno sentí que nadie me estaba juzgando y se acallaban de golpe estos fantasmas míos que me amenazaban con sus «anda que cuando te escuchen cantar, te echan…” “Pero si tú no tienes voz” “Si tú, bla bla bla»…

«Eres alto 1, y con la práctica, quizás llegases a mezzosoprano»

No tenía ni idea de lo que eso significaba, pero lo que era claro es que nadie se había espantado con mi «actuación». Y eso comenzó a difuminar esos «mal, mal, fatal» que me persiguen desde mis años de niña en el conservatorio, donde no llegué a aprender gran cosa y desde cuando la música y yo nos tratamos de usted, con respeto y distancia.

Cantar, como dibujar, debe de ser de las cosas que más nos enfrenta a nuestra vulnerabilidad. Y curiosamente, ambas son expresiones de lo más auténtico de nuestro Ser.

Tras las pruebas, nos juntamos ya todos y empezamos a repasar el repertorio del curso anterior. En un momento de la clase, me di cuenta de la alegría que sentía, era como una niña pequeña jugando en el recreo. ¿Cuánto tiempo hacía que no sentía algo parecido? Guau, no era capaz de recordarlo.

Mis miedos a cantar sola, las dudas sobre mi voz… se fueron disipando con la fuerza del grupo. Mi voz sola, oye, pues igual no daba para mucho, pero junto a otras muchas voces llenas de motivación y voluntad de aprender y divertirse…  formaba parte de la construcción de algo maravilloso que llegaba a emocionar, al menos desde dentro.

Para apreciarlo desde fuera, llegó la Navidad y las primeras actuaciones. Y yo, con cero nervios y la total confianza de que, rodeada de mis voces amigas, nada podía ir mal. Y así fue, cantamos en un parque, cantamos en un par de cenas de navidad para una Asociación de Mayores, sintiendo la conexión de público y coro, unidos en la emoción.

La música, como hilo conductor de una energía en la que ser diferentes no es más que aportar un color distinto y único al mural que conformamos entre todos. Todos diversos, todos iguales.

Durante el curso, se fue ampliando el repertorio y a ratos me sentía sobrepasada, pues no había terminado de aprender un tema cuando ya nos poníamos con otro. Pero era tan bonito el proceso de aprender cada canción… Si se trataba de una conocida y además cantaba la melodía que me era familiar: un regalito, como el Medley de Mecano. Si tocaba aprender de cero (como para mí fue el caso de Sweet Child O’ Mine, lo confieso), también era precioso el proceso: al inicio, percibía el tema como «un desconocido» inexpugnable al que no era capaz de enfrentarme y, poco a poco, a base de ensayos y de escuchar en bucle los audios de Óscar, terminaba convirtiéndolo en un nuevo amigo, alguien familiar.

Los más complicado eran los temas que me sabía pero que me tocaba cantar diferente de la tonalidad habitual… con las sopranos, ahí: cantando la melodía que conocía y arrastrándome como sirenas con sus cantos hacia su voz.

Todo lo he vivido como un juego: los ensayos en casa, las escuchas de los audios en el metro, en el bus, cantando «pa’dentro» -que no es lo mismo, pero ayuda a fijar-, los ensayos en clase, con Óscar ayudándonos a hacernos con la canción con una tremenda paciencia y delicadeza, con mucho humor, y también con un toque de marcial de vez en cuando, para ponernos las pilas, que casi cuarenta “jóvenes taitantotañeros» podemos llegar a ser muy díscolos. Y Ronald, con su presencia siempre serena y sutil, marcando el tono con el piano, enseñándonos ejercicios de respiración “imposibles”. Es de esas personas que no se quiere hacer notar, pero cuando no está deja un vacío muy grande.

Qué saludable y qué delicioso tener en mi rutina el cantar, aprender una canción nueva detrás de otra, ensayar sola, ensayar en clase, irme animando a las cervecitas post-ensayo para descubrir a cada persona particular, con su aportación única al grupo.

Y qué emocionante la gala de fin de curso de Avoces, compartiendo un fabuloso escenario con otros coros de la entidad, emocionándonos todos juntos de la mano de la música, dejándonos llevar por ella hasta sentirnos un solo coro. Una sola voz, una sola energía poderosa que hace pensar que los seres humanos somos capaces de mucho, mucho bueno. La música, como hilo conductor de una energía en la que ser diferentes no es más que aportar un color distinto y único al mural que conformamos entre todos. Todos diversos, todos iguales.

Tan accesible y enriquecedora, tan sanadora, la música.

Me siento profundamente agradecida por sentirme parte del coro Rocking It!, por el aprendizaje, las vivencias, las risas, el afecto, la sensación de unidad que se produce al fundir cada voz con el resto de las voces en una amalgama única, que por momentos pone los vellos de punta.

Tan accesible y enriquecedora, tan sanadora, la música. Si ya lo vio venir Alejandro, mi acupuntor, menos mal que, al final, unos quince años después le hice caso.

Y lo mejor de todo es que esa aventura continua… tras las vacaciones de verano. Nunca “la vuelta al cole” me hizo más ilusión. Tic-tac, ya va quedando menos. Bueno, tampoco hay prisa que cantar en la playita tampoco está nada mal.

El coro Rocking it! en la presentación del Mercado de Motores, en Madrid el 15 de abril de 2024.